sábado, 5 de febrero de 2011

Lancia: el futuro del pasado.


Lancia: el futuro del pasado, o del despropósito de lo innecesario.
Jesús Liz Guiral.
Universidad de Salamanca.

“El deterioro o la desaparición de un Bien del Patrimonio Cultural constituye un empobrecimiento nefasto del patrimonio de todos”.
(Convención para la protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural. UNESCO, París 16/11/1972,
¡y ya ha llovido!)

El patrimonio arquitectónico.... “Está amenazado por la ignorancia, el paso de la moda, el deterioro de todo tipo y la negligencia. La planificación urbana puede ser destructiva cuando las autoridades ceden demasiado fácilmente a las presiones económicas y a las demandas del tráfico motorizado”.
(Carta de Amsterdam, 1975. Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico. Consejo de Europa, Amsterdam 1975, punto 6. Y, yo creo, que 36 años es tiempo más que suficiente para darnos por enterados
...)


Desde la relativa lejanía de Salamanca se oyen y se leen los sonidos de la nueva batalla. Otra vez Lancia. “Mala suerte, qué ciudad con tan mala suerte”, dicen algunas voces. Sin embargo yo creo lo contrario: sobrevivió a unos hechos bélicos que los autores antiguos nos relatan sin mucho empeño y sólo para magnificar la bonhomía, probablemente tan calculada como grandilocuente, de su conquistador, Carisio; continuó su vida y hasta fue capaz de hallar la forma de convertirse en una ciudad próspera durante más de un siglo; luego se apagó, igual que otras urbes en aquellos tiempos convulsos tardoantiguos, que asistieron a tantos cambios; se convirtió en olvido y cantera de materiales, en tierra de secano que los arados arañaron –lo hacen todavía-, siglo tras siglo; en objeto de codicia para expoliadores y amigos de lo ajeno y, a pesar de todo, ahí sigue resistiendo.

Ahora es el progreso de las comunicaciones, esa autovía que tanto necesitamos por razones de comodidad, economía y, sobre todo, seguridad en los desplazamientos, el que viene a poner a prueba al yacimiento arqueológico. El progreso, tiene gracia; en aras del progreso se derribaron en el pasado reciente muchas murallas antiguas que ahora tanto nos cuesta conservar. En León, como otras partes, también se asistió a ese estilo de “progreso”. Algunas ciudades tuvieron la suerte de contar con ciudadanos y gobernantes menos “progresistas” y no derribaron sus murallas. A los ojos de sus contemporáneos eran ciudades embridadas y maniatadas por sus muros, atrasadas y ancladas en el más oscuro pasado preindustrial y la rémora de sus murallas y puertas conservadas sólo una muestra fehaciente de su alejamiento de los criterios de modernidad y progreso reinantes. Ahora, algunas, son Patrimonio de la Humanidad. Otras no. El progreso.

No entraré, por elemental discreción, en la discusión –que podría ser fecunda y no exenta de jugosos comentarios- de la necesidad objetiva y cabal de pasar una infraestructura de este tipo al pie mismo de un “Bien de Interés Cultural” declarado por la Administración hace más de tres lustros; ni en el por qué se desoyeron todas las advertencias sobre la posibilidad de encontrar restos de una vía, una necrópolis, de instalaciones industriales y de habitación en ese lugar. Ahora nos encontramos ante unos hechos consumados, ante una nada agradable situación provocada por unas decisiones probablemente equivocadas; y esto último es importante, porque el problema es creado por decisiones humanas y no por el propio yacimiento, ni por la política proteccionista de unos restos arqueológicos que, además de intentar defenderse de los ataques durante siglos, a veces, como si fuera un mal sueño, parecen los culpables de todo.

Es quizá preciso recordar que, a veces, perdemos de vista que ya son demasiadas las circunstancias que no tienen remedio ni vuelta atrás en esta vida, como para que añadamos innecesariamente una más a la larga lista. Cuando intento explicar el modo de trabajar en Arqueología a mis alumnos no dudo en reiterar tantas veces como sea necesario –hasta la misma náusea si es preciso- el criterio de reversibilidad, esto es, que toda actuación sobre los materiales producto de nuestro estudio sea, si es posible, reversible. Así me lo enseñaron a mi y así lo trato de transmitir lo mejor que sé. Esto, que parece a todas luces deseable, no siempre puede conseguirse. El ejemplo más conocido por todos es el de la excavación, tras la que el ojo no especializado ve, en el mejor de los casos, el monumento exhumado y los objetos recuperados, mientras que el estudioso advierte éste y aquéllos, pero también lo que falta, esto es, los rellenos que lo cubrían y donde estaba la información –recuperada o no- de la historia de esos muros antes y después de su abandono. Sí, es cierto que a veces es necesario tomar una decisión, pero también es verdad que hacer algo irreversible cuando no es necesario es, simple y llanamente, una estupidez.

Con frecuencia me he encontrado en mi trayectoria profesional el falso dilema planteado por algunos entre la necesidad de construir un futuro y la necesidad de conservar el pasado. Me refiero a que es habitual en situaciones como estas escuchar frases más o menos bienintencionadas como: “no podemos hipotecar nuestro futuro para salvar unos simples restos del pasado de escaso valor monumental”. Dicho así, hasta parece cierto, pero, para ser sincero, tampoco conozco a nadie que haya pasado a la Historia por decir semejante tontería y sí a muchos por predicar y practicar todo lo contrario (quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini). Es cierto que a veces se presentan casos en los que es preciso tomar determinaciones muy comprometidas, pero éstos son contados y, desde luego, Lancia no es uno de ellos ya que, desde el principio del proceso –y eso es lo más extraño en estas también extrañas e ilógicas circunstancias- existen otros trazados alternativos previstos.

No creo que sea preciso recordar a estas alturas que no somos propietarios de nuestro Patrimonio Histórico-Arqueológico, sino simples depositarios que debemos asegurarnos de transmitirlo a nuestros descendientes, o responder por no hacerlo. Los mismos descendientes que, seguramente, cuando una infraestructura viaria de este tipo y en ese lugar ya no sea necesaria dentro de un tiempo –poco o mucho, qué más da, pero ese día llegará- se preguntarán por la cordura de quienes les precedieron. No es la lucha del pasado contra el futuro, sino una dudosa decisión presente que aniquila el pasado e hipoteca el futuro y, lo que es más grave, sin que exista una verdadera necesidad de ello ya que, desde el mismo anteproyecto de obra, existen alternativas mucho menos lesivas para el patrimonio de todos.

No hace tanto tiempo, quizá no mucho más de setenta años, en España se quemaban algunos archivos, en unos casos porque podían molestar a “la verdad histórica” (así, con minúsculas y no importa a qué facción política o ideológica nos refiramos) y en otros porque ciertas mentes preclaras y supuestamente pensantes no los consideraban importantes y hacía falta más sitio para instalar el producto de la burocracia de ese momento. Ahora, afortunadamente, eso ya no podría pasar o serían considerados delincuentes quienes así lo hicieran. Hoy los archivos históricos parecen estar razonablemente a salvo, o, al menos, eso prefiero creer. Hora es de preocuparnos por los Archivos del Suelo.


1 comentario:

Dressel1 dijo...

¡¡¡¡ Enhorabuena a todos los Lancienses!!!! He tenido que leer las noticias varias veces porque no daba crédito a lo que veía. Ahora, esperemos que las actuaciones no se demoren.
P.D. Ya sabéis cómo voy a celebrarlo ;)

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